Vivir
en una mística comunión con la muerte, oír su voz redentora y contemplarla,
cuando corre rauda o bisbisea, cruzando el umbral de nuestras entrañas, es
saber trascender a la efímera ilusión de la vida. Es saber intuir y comprender
su misma raigambre trágica, sin detenerse en la flor del tiempo, que tan pronto
destila la miel del gozo, y se torna enfermedad y tormento en nosotros. Ken
Sánchez, poeta de honda
sensibilidad nos lleva de la mano por los meridianos vericuetos del bello
paisaje de sus versos. Nos replantea la existencia. Nos muestra el alma
roída por la corrupción humana, al tiempo que canta auroras de una nueva vida
tras la hecatombe de la mortal pandemia. Él que padeció en carne propia los
estragos de la covid 19 y que vio languidecer y agonizar la vida como nunca,
dota a la vez de una nueva luz y valor a su expresión poética. Con estilo
mordaz y lúdico hace del dolor y la muerte sus entrañables personajes, que solo
con él ríen, gimen, gruñen, juegan y sueñan, desafiando a la vida misma. Condenando
el absurdo y la misma degradación de la existencia. Y en contraste a los gritos
de angustia kafkiana que se oyen en el verbo de este soñador poeta, alumbra su
fe apostólica –aunque acaso utópica– en el advenimiento de un nuevo mundo. Como
Schopenhauer, tras el rostro de su incredulidad y pesimismo, un naciente albor
de humanidad asoma en los ojos de su esperanza. Un peculiar color, alto relieve y vida de gran vigor sale a la luz
desde el fondo de su poesía de Ken Sánchez. “Lívida Vida” es solo un artificio, una metáfora de la que el
autor se vale para hacernos oír su justo clamor por una “Nueva Vida”…
*Adam Sánchez.