viernes, 21 de noviembre de 2014

domingo, 9 de noviembre de 2014

ANCASH: CUENTO

JOSÉ MANUEL TAPIA LANDAVERE
POR: Ken Sánchez



Después de 105 años de su muerte, recién llegamos a conocer un cuentario de éste autor tan esencial para la Literatura de nuestra Región, pero, en 1948, en “Antología de Cuentistas Ancashinos” del autor Justo Fernández Cuenca, reeditado por el Fondo Editorial Huaraz, fuera antologado José Manuel Tapia Landavere con dos cuentos “Fray Paloma” y “El Hombre de los Ojos Verdes”.
Que, verdaderamente no conocíamos el valor que tiene el autor, pero en el Libro editado por Ediciones Atarip, titulado “Cuentos y Fantasías” tenemos 17 cuentos, supongo que habrá más,  o, rogamos al editor Luís Tapia García, otro volumen, o, tal vez conversar con el presidente del Fondo Editorial Huaraz para su edición y conocer más, para una selección de sus cuentos de José Manuel, porque creo es importante para conocer la formación de nuestra narrativa, o los inicios del cuentos ancashino, es fundamental para la Historia Literaria de Ancash.
José Manuel Tapia Landavere, nace en la ciudad de Huaraz el año de 1870 y muere en la misma ciudad el año de 1909, en plena apogeo de su carrera Literaria. Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe en Lima, luego de concluir la secundaria, ingresa a la Facultad de Ciencias Matemáticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, obteniendo el bachillerato y el doctorado en la especialidad.
 Retornó a su ciudad natal, desempeñando el cargo de profesor de matemáticas en el glorioso colegio de la Libertad. Contrajo matrimonio en 1903 con Adela Villanueva Mariluz y le sobrevivieron sus hijos Manuel Armando, Luís Guillermo y Carlos Alberto.
Hombre ciencias, de sostenida vocación por la letras, José Manuel, descubrió pronto sus habilidades en el género del cuento, en los que se de manifiesto su inspiración creadora y amplios dominios de otra disciplina del conocimiento humanos, a los que llegó con gran avidez y prodigalidad.
Su producción literaria inédita se encuentra dispersa en periódicos y revistas de la época, vale decir, “La Opinión Nacional”, “El Perú Ilustrado”, “Prisma” y de manera especial “La Neblina” quincenario de artes y letras dirigida y administrada entre los años 1896 y 1897 por José Santos Chocano.
Entre los años 1895 y 1896 José Manuel, estructura un libro al que denomina “Cuentos y Fantasías” a base de diez cuentos en originales manuscritos, el mismo que lamentablemente no llegó a publicarse. De otro lado, anunció la edición de los libros  “Cabellos Rubios” y “Entre Rejas”, cuyas ediciones no llegaron a concretarse.
El editor en estas circunstancias lo llevó a espigar en diferentes fuentes, todo el material posible y reunirlos en éste volumen que reivindica al autor en las letras ancashina y peruana.
Luís Alberto Sánchez en su obra La Literatura Peruana, tomo IV afirma: “En 1896 comienza la publicación de la Neblina, quincenario de artes y letras, que dura hasta 1897. Chocano lo dirige y administra. En sus páginas se inicia Florentino Alcorta, con unos armonios versos “a la campiña”, también colabora José Fiansón, Clemente Palma, Enrique A. Carrillo, Alberto Salomón, Enrique López Albújar y se consagran José Antonio Román, José M. Tapia, Francisco Mostajo, Federico Larrañaga”.
 En la “Antología de cuentistas Ancashinos”, el autor de la antología afirma: “El cuento así, convertido en género literario por excelencia para la creación nacional, no deja de serlo también para los literatos de provincias que por lo regular se nutren de las corrientes capitalinas. Tal ocurre en Ancash. De Tapia menciona: “Tapia como literato sobresalió en forma específica en el cuento para el que tenía singular cualidades”.
Manuel S. Reyna Loli en “Síntesis de la poesía ancashina” editado en 1953 confirma  que José             Manuel “Cultivó el cuento con gran éxito”, en tanto David             T. Izaguirre señala: “constituye una revelación del pasado al presente como escritor. Fue un cuentista ameno, de estilo depuradamente clásico, en el cual sorprende disparos de fino ingenio, de estirpe gala y metáforas que son precursores de la metáfora del verso vanguardista.”

                                                EL SEÑOR DE OGAZÓN

                                                           *José Manuel Tapia Landavere

El señor de Ogazón es tan viejo que el mismo no recuerda la fecha de su nacimiento. Puede asegurarse que ya no ha de morir, puesto que hasta ha venido. Sus piernas y sus ojos son las piernas y los ojos de un adolescente de quince años. La suya es una hermosa ancianidad que no necesita para ostentarse erguida ni de bastones ni de lazarillos.
Viste casi con elegancia: sobrero de copa, levita de talle ceñido, guantes de preville… Ciertamente si su y rostro está apergaminado como el de una momia, su cuerpo en cambio se mantiene altivo y derecho  como un sauce. Cada vez que le ha mirado así, fiero y limpio, rebosando salud me ha parecido uno de aquellos famosos patriarcas de la Biblia, pero arreglados a la moderna. Sus cabellos y sus bigotes son blancos como la nieve, y sus botines de charol negros y relucientes como la piel de un africano.
¿Qué edad tendrá el señor de Ogazón? Nadie en la ciudad le ha conocido joven. Durante las inacabables veladas de invierno, junto a la violenta lumbre de los troncos encendidos, los abuelos discuten el problema, ¡Tal vez no ha nacido nunca! Saben solamente que nuestras legiones patriotas de la época de la Independencia, le han admirado en sus filas lo mismo que ellos le admiran ahora en los días de gran festividad: muy marcial dentro de su uniforme de coronel de caballería, muy arrugado y amarillo bajo sus kepís de tres galones dorados.
¡Ya casi un siglo de esto! Hoy que las crinolinas no engordan a las mujeres y que las pólvoras no producen humo, el venerable Matusalem habla todavía con entusiasmo de aquellas opulentas damas del Virreinato que se morían por él; y de aquellos magníficos fusiles, cargados por la boca, que se disparaban a diez pasos del enemigo, abrasando las casacas.
¡Era el buen tiempo para los valientes!
Tres generaciones han desaparecido envidiando la vejez del centenario. Allá en el cementerio duermen su último sueño a la sombra de aquellos cipreses que él ha visto plantar. En los primeros días de noviembre, cuando los enamorados se dan cita allí, el señor Ogazón, se pasea a lo largo de las avenidas fúnebres, evocando las tristes memorias de su alma.
¡Aquí están sus antepasados!... ¡A sus amigos!”… Junto a este rosal la amada!... El señor de Ogazón quisiera también tenderse en su ataúd al lado de ellos. Le seduce esta pequeña ciudad de los muertos, tan blanca, tan fresca, con sus diminutas pirámides de mármol y de yeso que apenas se levantan sobre cada tumba. ¡Ah! ¡No salir jamás de ella! Porque él no ha peleado, la espada siempre en alto, por sus hermosos ideales de republicano, para verlos ahora desvanecidos, pompas de jabón bajo la mentida promesa de un cielo, un instante tranquilamente primaveral!
Sus gloriosos recuerdos le acosan… ¡Esas legendarias cargas de Córdova!... ¡Esa rabiosa esgrima de las grandes batallas! El señor de Ogazón ha sido una de las nobles figuras de la epopeya, uno de los caballeros cruzados de la magna guerra: heroico durante el combate; generoso después del combate. Al iniciarse la derrota del enemigo, siempre lanzándose en su seguimiento, atravesaba el campo de batalla con la velocidad del huracán. Su “Leal”, un enorme caballo color de fuego, debía parecer entonces a los fugitivos una nube roja fulminando en torno suyo el espanto y la muerte.
Por la noche, ya de vuelta al vivac, mientras un grupo de oficiales le escuchaba atentamente, el señor de Ogazón refería estupendas hazañas, crueldades inauditas… que nadie creía. ¡Era para oírle! Primeramente estaba cansadísimo, porque no tenía la costumbre de hacer prisioneros: realista cogido, realista muerto; herido que pedía gracia, herido rematado. ¡Si los heridos y prisoneros no sirven mas que para estorbar la marcha de los ejércitos en campaña! Así es que habiendo fusilado veintenas de fugitivos, su Leal se había bañado en sangre hasta las corvas y él hasta los codos… Podía probarlo.
Y mostraba sus manos –unas diminutas y secas manos de viejo- todas teñidas de rojo cual si hubiese estrujado cochinillas. Aunque palpable la prueba, sus relatos eran sin embargo acogidos por el auditorio con sonrisas de bondadosa ironía. ¡Conocían de sobra el feroz carácter del señor de Ogazón! Una vez, por ejemplo, le habían encontrado de rodillas junto a un herido dándole de beber de su frasco de cognac… ¡Le estaba ultimando!... Otra vez, como sintiese a sus espaldas el galope de un escuadrón patriota, no había vacilado en invitar a dos fugitivos que infaliblemente iban a ser alcanzados, la grupa de la Leal hasta ponerlos fuera de peligro… ¿Acaso tenía costumbre de hacer prisoneros?... Y cabalmente estas dos ocasiones fueron las mayores jactancias de su vida.- “Ahora sí (dijo a su vuelta en el campamento) que he concluido con todos”… Y girando sobre uno de sus talones, su brazo derecho extendido y rígido, ejecutabas el ademán de cortar en torno suyo todo aquel círculo de cabezas admiradas que le rodeaba.
Terminada la guerra el Señor de Ogazón envainó la espada. –Orgulloso de las dos cicatrices que sacara en la lucha quedó- únicamente el consuelo de las victorias alcanzadas. Su Leal, su bravo Leal, diez años después, enmoheciese todavía en su pesebrera extrañando aquel acre olor de pólvora y sangre que antes llenaba su pecho de furores. Habíase convertido en un buen caballo burgués, tranquilo, devoraba su ración de cebada en compañía de una linda yegua, Blanca, la sola amiga que le distraía en sus tatos de soledad.
¡Qué vida más monótona y triste que la suya! Año tras año, sentíase morir enfermo de nostalgia gloriosas, en tanto que su dueño, el señor de Ogazón, por el contrario, seguía visitándole en el pesebre siempre fuerte, siempre marcial, siempre feliz, cual si resonase todavía en sus oídos esa alegre charanga de combate, ese formidable flanteado de cañones que ¡ay! Él, pobre animal, no volvería ya a gozar.
Hoy hubiera  querido ver al señor de Ogazón celebrando aquí nuestra fiesta nacional; pero me dicen que no puede emprender el largo viaje…
Allá, en su ciudad, prepara, prepara a sus amigos una gran sorpresa: Va a casarse uno de estos últimos días de julio, con una joven viuda, muy  entusiasta de sus blancos mostachos.

¡A los ciento treinta años!


Lima, 1896

LIVIDA VIDA

  V ivir en una mística comunión con la muerte, oír su voz redentora y contemplarla, cuando corre rauda o bisbisea, cruzando el umbral de nu...