VINO Y ROMERO
*Por Ken Sánchez
La boda de una divina pareja, que llegaron hasta el
altar después de tantas y muchas
promesas, pues esta noche de mucha alegría llegaron hasta el matrimonio
que cuando enamorados juraron ser esposos: Iván y Mary, contrajeron la dichosa
boda un día en que los almanaques indicaban sábado, un sábado para no olvidar
nunca jamás.
En
el local, en un rincón del local se encontraban libando los de siempre, los dos
patas, los dos amigos inseparables desde tiempos remotos; Karlos y Luís, se
conocieron en la primaria, cuando aún unos infantes asistían al colegía Sana
Rosa de Viterbo, en las aulas dibujando garabatos en las veredas y manchando
las paredes y, rompiendo las hojas de sus cuadernos, unos niños juguetones sin
perderse un instante las canicas ni el trompo y, también el lingo…, así se
unieron hasta no separarse hasta hoy.
Fueron
llegando uno a uno los conocidos y algunos compañeros de aula e, hicieron una
ronda, en unos minutos se vieron en una ronda de botellas y bromas botellas
llegaban recordar esos momentos cuando estudiantes compartieron una y mil
aventuras, ya estaban en medio de una euforia que reventaba a doquier, ya en la
lucidez del alcohol recordó a su mejor invitada de aquella noche: Bethy, una
hermosa mujer venido de no sé dónde, pero aquella mujer traía el encanto en la
mirada de sus ojos, en sus manos el cáliz de la vida y, en sus pies la dulzura
del amor y el horizonte desde el profundo de la mar caída, si, así era esa,
aquella mujer lleno de misterios. Acercándose muy lentamente hacía Lucho
balbucear al oído de éste: “pucha madre, por qué no habrá venido”, “pero
sabía?” interrogó Lucho, “si, si ella se iba a ponerlas chelas, pucha madre,
qué hacemos?”, “vamos a su casa” repuso” Lucho.
La
boda estaba en plena efervescencia por la abundante expendía mientras que los
invitados al son de la música bailaban
sin parar hasta el cansancio; en esos circunstancias salieron los dos amigos
con rumbo a casa de Karla, ya afuera, la abrazadora madrugada quemaba los
pómulos de la faz, empezaron a rechinar, “qué hora son” interrogó Lucho,
“recién son 2.30 a.m.” y, los pasos se hacían más presurosos, al fin
llegaron…,ya al frente de la casa de ella, se encontraron con una apacible
tranquilidad cubierto con el manto de la noche solitaria acompañados por el
silencio.
Ante
el ambiente cómplice de la madrugada, Karlos muy precavidamente se acercó hasta
la puerta de la casa silenciosa y, levantó la mano para tocar, instante que se
percató de los objetos que se encontraban en la ventana contigua de la puerta:
una botella de vino y un romo de romero; sin esperar ni un segundo, sus pasos
marcaron el regreso al lugar donde le esperaba su acompañante, este al instante
lo increpo: “por qué nos has tocado, o te chupas”, “mira pues su huevón lo que
hay en la ventana”, respondió Karlos, “nos cagamos”, repuso Lucho.
***
Romero,
apellido de un varón nacido en las afueras de la ciudad de Huaras, de nombre le pusieron Roberto, quien desde
joven se dedicó al trabajo y al estudio, se graduó de docente, pero por
cuestiones que nos encontrábamos no ejercía la profesión, más al contrario, se
convirtió en un comerciante exitoso,
desde adolescente, acompañó a su padre, quien se dedicó al comercio de
un sinnúmero de productos (frazadas, termos, ollas, y otros como el trueque),
entonces, cuando se casó y al no encontrar un puesto donde laborar (la
docencia), recurrió a lo que anteriormente aprendió con su padre en tantos
viajes que hicieron.
Roberto,
cuando estudiante de la Universidad de Arte, por esos ambientes llenos de
verdes vegetaciones, conoció a Bethy:
Su
dulce,
Su
esperanza,
Su
divina flor,
Su
inspiración,
Su
orgullo,
Su
amada,
Su
dicha,
Su
fontana,
Su
jardín,
Su
vida,
Su
tesoro,
Su
nada,
Su
todo…
Pues
así, así lo era para él y para su diario existir desde que conoció a su
admirable y dulce Bethy, muy de mañana, todas las mañanas llegaba a las aulas
de la Universidad a departir arte y hacer derroche de su belleza en los
talleres de pintura.
Ella,
única hija de papá, hija única de una familia de artistas, su padre un eminente
pintor que paseó su arte casi todo el mundo, la madre, que murió cuando ella
aún tenía quince años, una cantante, con
una voz armoniosa que lo consagró en un buen lugar en la historia; pues, así
desde la muerte de su madre, ella era la única en todo, en la vida de su padre,
en la casa, en todo sus quehaceres y se convirtió en una engreída que todo lo
quería para ella, solo para ella.
Pero,
por azar de la vida, Karlos, joven de una talla no muy alta que hacía
armonía con su nariz respinga y una tez
cobrizo que hacía una unidad exacta con lo demás de su cuerpo; llegó a estudiar
a esta Universidad.
En
la misma Universidad, la misma aula, los mismos cursos, la misma hora, la misma
salida, la misma ruta hacía a su casa, hasta alguien se puso a interrogarse:
¿tanta coincidencia), los ojos se cruzaron y, nunca más se separarían aquellas
miradas que en una mañana se encontraron cuando el mismo sol los alumbraba
parpadearon sin dejarse de ver, pues el amor estaba ahí, de allí no podían
salir fácilmente, porque están atrapados en el mismo hoyo que ha hecho el amor
para ellos, desde el encuentro de aquella pequeña mirada surgió una gran
amistad que traspasó los límites de todo cordura hasta llegar a intimar sin
importarles nada más que ellos.
Desde
que se conocieron y entablaron una relación, casi siempre una discusión no se
hacía esperar, se distanciaban por largo tiempo y, nuevamente empezaban a salir
como si nada hubiera pasado entre los dos, pues así era la relación que
mantenían, en estos trucados momentos que pasaban, conoció a Roberto.
Era
el mes de noviembre, los músicos festejaban su día clásico de Santa Cecilia,
ella estaba sola después de una discusión que sostuvieron antes de entrar a la
reunión, ella con algunas amigas,
Roberto fue presentada por Luisa, bailaron y libaron…, luego de semanas
de salidas se hicieron enamorados que llegaron hasta el altar; Karlos, enterado
lo sucedido, no renunció nunca a ella ni ella a él, nuevamente se encontraron
después de un año, un año que les costó muchas noches y días de agonía , y así
fueron pasando los días y las noches y las estaciones del tiempo y ella llegó
tener un hijo a quien lo llamó Karlos, nombre que estaba presente en todo
momento de su vida desde aquel instante en que se cruzaron las miradas y que
nunca querrá olvidar…
“¿Qué,
por la ventana entrabas? Interrogó, Lucho,
“tú
no entiendes lo que quiere decir lo que ella pone en la ventana”, habló Karlos,
“explícate
bien”
Sucede
que, el marido de Bethy, como no encontró una plaza en el magisterio, se ha
vuelto merca, y, constantemente viaja por toda la zona de los conchucos, su
padre también fue de la misma nota, de allí aprendió, pues de que también van
vivir, el padre de Bethy, bueno lo dio un terreno, está, la alquila, no es
mucho, pero algo es algo es algo, no es suficiente, entonces tiene que salir al
negocio, se va cinco cuatro días o, a veces por quince días, ella se queda sola
con su hijo, se siente muy sola, una fecha me llamó a las tres de la mañana, se
sentía muy mal, tenía cólico y no sabía qué hacer ni a quien llamar, entonces
acudió a mí, cuando llegué, nos tomamos de la mano y ella muy quedo al oído me
dijo: por qué nosotros vivimos de esta forma tan desgraciado?, tú solo y
solitario que estás condenado a morir solo y, yo, no encuentro paz ni con mi
marido ni tengo a mi lado al hombre a
quien amo deberas…”
Así,
pues compadre, la vida me ha dado y ha
escogido a la mujer que debo amar y a la mujer que me ama, ambos estamos hecho
del mismo material, los dos estamos hechos por la fatalidad, infelicidad y la
soledad, que nos inunda cada tris, cuando nos vemos, es cuasi constante, suele
repetirme: “ los dos estamos hechos de la misma forma, por qué no hacemos un
dulce hogar?, yo sé que nos amamos como nos amamos…”
Solo
en mi labio se dibuja una sonrisa muda que callaba en la inmensidad del
silencio cuando la noche lloraba su tristeza, al vernos tan rodeados de tanta
soledad estando juntos, las flores se marchitaban en primavera, éramos una
pareja que se moría de nuestra presencia y presencia que nos atormentaba y nos
necesitábamos uno del otro para alejarnos más uniéndonos en nuestras
desgracias.
Ahora,
cuando nos encontrábamos no nos
queríamos separar, por eso ella ideó, como buena artista plástico es; resulta,
una noche nos encontrábamos caminando por el campo, por las alturas de Paría,
junto al asequi de regadía, se encontraba una plata de romero, ella se lo quedó
mirando muy atentamente que no separó la vista de dicha planta, y, después de
un lapso, empezamos tomar la senda en un eterno silencio que me hizo preocupar
y, al paso de un instante pregunté: “¿qué te está pasando?, ella muy estiradas
de brazos respondió:” una sencilla idea” “¿cuál?, “dime, cuando tú quieres
llamarme y no sabes si está o no Roberto, porque tú nunca me has llamado, yo sí
te he llamo, pero ahora quiero que vengas tú o me llames porque ya no te
llamaré más…” “pero, como podré saber si estás sola o no?”, “pues de eso se
trata, conoces la flor de romero”, “sí”, “ entonces no vas a tener problema en
saber que está o no está”.
Así
que cuando Roberto Romero llega de viaje, me es sencillo saber de su presencia,
porque en la ventana contigua a la puerta principal, está puesto un simple
adorno: un ramo de romero y una botella de vino, que quería de decirme: vino romero.
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