*Jorge Ita Gomez
Piedra
Desnuda, flamante e intenso libro de poemas de Ken Sánchez, destila entre
página y página, como entre sábanas blancas o lienzos, febriles aires tamizados
de erotismo, entregándonos, como en franca rebeldía, la verdad de su palabra
labrada en brevedad y al desnudo, tal como Dios trajo a la piedra, al mundo.
Tus ojos vieron
la injusticia ciega
sentenciar a un inocente.
Robé la inocencia
de tus senos
en una noche
de cuerpo encendidos.
Aunque
a ratos se torna bronca y áspero de piel, reviste un lenguaje también no exento
de ternura y congoja, iracundia y hiel la más de las veces, en el que no dejan
de estar presentes entre los extremos, la dualidad del eros y el thánatos, el
ying y el yang, y ciertas visceralidad flamígera entendemos que debido al
tremante desarraigo que el poeta padece en estos avatares trashumantes de la
existencia humana.
Ayer mis órganos
jugaban con tus muslos
…………………………………
Con tus ojos
Llora mi riñón
Vomitando
Recuerdos turbios, días
Marchitos…
El
poeta emprende así, de canto a canto, la difícil tarea de esculpir al aire el
atlas blanco del cuerpo de su amada inmóvil, iluminando la noche con sus versos
claros y breves, para preservarla de la muerte y perviva intacta en el bronce
mirífico o mármol de sus versos áureos y definitivos como el trigo o el buen
vino, en buena cuenta, cómplice de la pasión más embriagadora.
Recorro tu cuerpo
Deshojando
tus espacios
que arrastro
como canto
de río…
La
pinta alucinada entonces de cuerpo entero con el pincel de sus dedos, como a
una diosa altiva, fortuna que le es esquiva, tal el eterno femenino: cabellos
al viento, del todo desnuda, ávidos senos, caderas anchas y generosas, muslos
relucientes, el paraíso todo(a) ella instalada en el tierno corazón de los días
por venir.
Tu cuerpo
desnudos
hace cavilar
mis manos
diestras al pintar
tus pies que adornan
tus caderas.
Ya
en el altar mayor de su devoción y cariño, entregado a carísimos afanes de
exaltar, en extremos, ora su naturaleza, ora su belleza, hasta el paroxismo, se
transmuta en río cristalino para abordarla en torrentes de ardientes deseos y
socavar la geografía implacable de la ausencia, que roe hasta el rincón de sus
ánimos.
quiero recorrer
la vera
de tus muslos,
con ríos
de amor
donde agoniza
el volcán
de mi cuerpo
en erupción.
Así
y solo así, el volcán apagado de la pasión desnuda del cielo vuelve a
arder y a envolver en llamaradas de
rocíos la
pradera, lo que dura la brevedad del instante, al descubrir que el ombligo de
unos y del mundo es un mismo nudo obligado díficil de desatar y desandar, obligándolo
a reiniciar su canto de sirena o flor que sab a piedra desnuda:
Quiero ser
tu ombligo
que palpita en tu oído
bajo tus pies.
Quiero ser
los dedos
de tus pies
que duermen
en tus cabellos
con el viento.
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